8 de noviembre de 2012

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 Somos defectuosos, imperfectos y, aun así, orgullosos. Pensamos que las cosas van a ser para siempre. Que somos invencibles y que, por ello, lo que nos rodea también lo es. Y sin embargo, un buen día nos despertamos y descubrimos nuestro engaño, que el ayer duele y que el mañana ya no existe. Ya no hay un “nosotros”, tan solo una angustiosa y demoledora sensación de soledad que te arrastra a los abismos más profundos de tu ser. A lugares oscuros y deprimentes que ni siquiera sabias que existían dentro de ti.
No importan las palabras de consuelo ni el aliento que te ofrecen para pasar página porque era tan bello el pasado y tan triste el presente que cómo dejarlo marchar.

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